Lavando el cerebro a los refugiados de Ucrania
En mi comunidad de vecinos, como tantas otras, existe un chat de whatsApp. En teoría para mantenernos informados sobre cuestiones relativas a incidencias, averías o seguridad. Nosotros no nos unimos a él hasta hace unos días, y todo transcurría sin incidentes hasta que, de repente, vemos ojipláticos un mensaje que una vecina reenvía de una amiga suya.
Traduzco del catalán lo que nos atañe.“… ayer por la tarde llegaron las dos ucranianas que acogemos en casa. Son una madre y una hija, X y XX de 50 y 26 años respectivamente. Están bien, chapurrean el inglés y nos vamos entendiendo como podemos. Están sumamente agradecidas y contentas de estar aquí. Tienen cultura, conocen a Gaudí, Dalí y están encontrando Barcelona preciosa (las recogimos en la estación del norte y vieron el arco de triunfo, el paseo de Sant Joan, etc). Conocen el conflicto catalán y vieron las imágenes x la tv. Son solidarias con Cataluña xq dicen q la mentalidad imperialista de España es la misma q la de Rusia”.
Y luego algunas consideraciones sobre el lugar de donde vienen, los familiares masculinos que dejaron atrás y su empadronamiento y alta en el CAP. También que han llegado con casi nada, que necesitan urgentemente encontrar trabajo en lo que sea, que la hija había sido gerente en una empresa de muebles, pero que están dispuestas a emplearse incluso en la limpieza doméstica.
Encomiable y conmovedor que unas personas acojan a unas refugiadas, pero también perturbador y ofensivo que les parezca lo más natural del mundo reenviar un mensaje tan cargado políticamente. La verdad es que ha sido un estreno en el chat bastante memorable. Naturalmente, mi primera intención era responder de una manera contundente a un envío que, si hacemos caso a las estadísticas, tenía todos los números de sentarle mal a más de la mitad de la comunidad de vecinos. Me daban ganas de parodiarlo con algo tipo “conocen que una parte de los catalanes votó a políticos que, entre otras locuras, querían el apoyo de Putin para lograr la independencia”. Pero me refrené, y escribí un parco “Sin palabras” que ignoro cómo se interpretó.
La cuestión es que este mensaje que les he traducido lo mandé también a otro grupo de amigos, uno de los cuales es empresario en el sector del mueble y la decoración. Y, después de mostrar su simpatía y comprensión ante mis sentimientos constitucionales vulnerados, me pidió que le hiciera llegar el contacto de la ucraniana joven por si podía acomodarla en su negocio. Lo primero es lo primero y las repuestas contundentes mejor frías.
Y ya me ven anunciando en el dichoso chat que quizá tenga una posibilidad de trabajo y que me llamen. Merecían una reprimenda y acabo ofreciendo colaboración. Pero indigna que los fanáticos se aprovechen de todo para colocar su relato fake. Indigna que el altruismo haga pagar peaje. Indigna la hipocresía del “nacional-progreísta” al que no le basta con hacer el bien.
Los catalanes somos, como en todo, más solidarios que los españoles. Eso sí, el Govern de la Generalitat ha pedido dinero al pérfido estado español para acoger a los refugiados ucranianos. Al parecer ya han llegado a nuestra Comunidad más de 14.000. Solicita un «fondo específico» para «garantizar todos sus derechos”, y de paso aumentar el margen de déficit, pasando del 0,6% al 1%.
Y, por si quieren saber cómo marcha lo de la ucraniana, resulta que no tiene 26 sino 39. Que no habla ni español ni apenas inglés. Y, por desgracia, tampoco conoce el Autocad. Así y todo, mi generoso amigo de los muebles se ha comprometido a orientarla para que consiga pronto un modo de ganarse la vida aquí. Él también sabe qué significa tener que huir de tu país.